Cuando los líderes políticos vuelvan de sus inusualmente calurosas vacaciones de verano, pronto se enfrentarán al espectro de un invierno excepcionalmente frío.
Para hacer frente a esta última crisis paneuropea, los líderes políticos deben dar forma a tres políticas interconectadas, a saber, la asequibilidad de la energía, el cambio climático y la democracia.
Estos tres objetivos, que en su día formaban parte de la misma agenda progresista, han empezado recientemente a tirar en direcciones diferentes.
Francia, Alemania, Austria y los Países Bajos están reabriendo plantas de carbón, lo que aumenta su suministro energético pero perjudica sus objetivos climáticos.
Bélgica también ha suspendido el cierre de dos reactores nucleares.
La escasez de energía ha llevado a Joe Biden, Emmanuel Macron y Boris Johnson a acercarse al príncipe heredero de Arabia Saudí, sospechoso de ordenar el brutal asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018.
Los políticos alemanes están cortejando a los autocráticos Emiratos Árabes Unidos por su energía solar, en un intento de casar la adaptación al clima y los precios de la energía, pero abandonando la democracia en el camino. Los llamamientos de Francia para llegar a un acuerdo con Rusia en su guerra contra Ucrania pueden reducir los precios de la energía, pero amenazan la credibilidad de los esfuerzos de Occidente en favor de la democracia.
Los líderes europeos argumentarán que en este trilema entre energía, clima y democracia, nunca se pueden satisfacer plenamente las tres prioridades políticas.
Es cierto que la cuadratura del círculo entre estos objetivos no será fácil. Pero si los líderes de la UE quieren mantener el apoyo de los ciudadanos y de los aliados internacionales, sólo funcionará una trinidad política coherente que ponga la democracia en el centro.
Al fin y al cabo, las democracias han demostrado que se enfrentan mejor a las crisis sistémicas. Los cierres de Covid en China, que aún continúan mucho después de que Europa pusiera fin a sus restricciones pandémicas, son un ejemplo de ello.
En segundo lugar, sólo las democracias tienen la libertad de información que permite elaborar políticas basadas en pruebas. Actualmente, todos los gobiernos se enfrentan a la incertidumbre informativa sobre la disponibilidad de energía, el aumento de la temperatura y la evolución diaria de la guerra en Ucrania.
Por lo tanto, para encontrar la combinación adecuada de políticas se necesitan medios de comunicación independientes y un discurso académico libre, que sólo ofrecen las democracias.
Olas de protestas
En tercer lugar, el debate democrático equilibra los intereses de los distintos grupos de la sociedad. Varias oleadas de protestas pueden poner pronto a prueba la resistencia de las sociedades europeas. La oposición populista francesa hará tamborilear los altos precios de la energía, que recuerdan de cerca las subidas de la gasolina que dieron el pistoletazo de salida al movimiento de los “chalecos amarillos” en 2018.
Los agricultores holandeses seguirán enfrentándose a los políticos ecologistas. Los activistas de derechos humanos lamentarán la colaboración miope con déspotas ricos en recursos. En este contexto polarizado, sólo las democracias pueden negociar un consenso político entre grupos opuestos.
En cuarto lugar, las democracias están controladas por organismos independientes, como el poder judicial. Estos garantizan que los intereses a corto plazo no se antepongan a las necesidades públicas a largo plazo.
Desde 2019, las sentencias de los tribunales holandeses y alemanes han obligado a los gobiernos a mantener las normas climáticas acordadas internacionalmente.
En quinto lugar, las democracias ofrecen una toma de decisiones más adaptada a nivel local. El alcalde de Hannover se ha adelantado a la dilación de Berlín en materia de ahorro energético, ordenando a todas las piscinas públicas que bajen su temperatura. En comparación, pocos apparatchiks rusos se atreverían a enfrentarse al todopoderoso Kremlin.
Sin embargo, si la UE se pliega a los llamamientos a corto plazo para bajar los precios de la energía, acabará cayendo en una serie de problemas. En primer lugar, el cambio climático seguiría empeorando.
Además, la UE volvería a depender de autócratas volubles, que fueron los que iniciaron la crisis energética en primer lugar. La tensión social aumentaría entre quienes se encuentran en lados opuestos del espectro energético-climático.
Por último, la UE perdería aliados internacionales, que ven un doble rasero cuando se les pide que apoyen las políticas de cambio climático y democracia, mientras la propia UE las sacrifica por los bajos precios de la energía.
La UE necesita coherencia política en materia de energía, clima y democracia. Si lo hace, conseguirá mejores políticas y ayudará a mantener el apoyo de los ciudadanos y de los socios internacionales. En un orden global que cambia rápidamente y que está plagado de crisis, unas políticas fuertes que se consideren creíbles determinarán el lugar de la UE en el mundo.