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El doble objetivo de Putin: romper el consenso de Ucrania y Occidente

El rápido anuncio del presidente ruso Vladimir Putin sobre los llamados “referendos” en la segunda mitad de septiembre fue sólo un elemento de la doble respuesta del Kremlin a los acontecimientos internacionales y nacionales.

La contraofensiva ucraniana, y especialmente la liberación casi completa de la región de Kharkiv, no sólo sentó las bases para una mayor liberación de los territorios ucranianos ocupados por Rusia, sino que también enfureció a los círculos rusos de extrema derecha.

Hacía tiempo que abogaban por formas más agresivas de invasión de Ucrania -negando por completo el derecho de la nación ucraniana a existir- y presionaron activamente a Putin para que declarara una movilización general para la guerra contra Ucrania.

Aunque aparentemente Putin comprendió el efecto desestabilizador de la movilización, cedió a la presión extremista y declaró una movilización “parcial” el 21 de septiembre. Esto se convirtió en el segundo elemento de la doble respuesta del Kremlin a los acontecimientos en Ucrania y sus alrededores.

Putin parece creer que la respuesta en dos frentes le da la oportunidad de escalar en Ucrania, pero, lo que es más importante, de presionar a Occidente para que ayude a Ucrania en su defensa contra la brutal invasión rusa que ya se ha convertido en la guerra más mortífera en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Es fácil de entender el enfoque en la dirección occidental de las amenazas rusas.

Rusia ha sido incapaz de quebrar la determinación de los ucranianos que luchan por su supervivencia física. Las abundantes pruebas del salvajismo inhumano perpetrado por las fuerzas rusas en los territorios ucranianos ocupados no dan a los ucranianos otra opción que la de contraatacar: para ellos, la rendición significa violación, tortura y asesinato.

Pero el Kremlin cree -y no sin razón- que aunque no pueda doblegar a Ucrania, puede intentar doblegar a Occidente.

Para ello, el Kremlin recurre al chantaje energético y, de forma aún más maliciosa, al chantaje nuclear, del que Elon Musk, entre cuyas fuentes de información se encuentran muy probablemente los medios de comunicación rusos controlados por el Estado, como RT, se convirtió en el más reciente víctima.

Sin embargo, el Kremlin no sólo pretende socavar el apoyo de Occidente a Ucrania, sino también debilitar al propio Occidente subvirtiendo su base ideológica, el consenso liberal-democrático.

La crisis financiera mundial de 2008 y la crisis migratoria europea de 2015 dieron a Putin la idea de que el Occidente capitalista era extremadamente vulnerable, y que Rusia -a pesar de ser económica y militarmente más débil que el Occidente colectivo- aún podía apalancarse con él mediante manipulaciones políticas, propaganda y desinformación.

Y ha sido una larga tradición del régimen de Putin dar apoyo político, mediático y a veces financiero a las fuerzas antisistema y antiliberales de Occidente, así como a las fuerzas políticas antioccidentales del resto del mundo.

Teniendo en cuenta el contexto internacional, estas fuerzas constituyen los principales destinatarios del discurso de anexión de Putin.

Uno de los públicos es la combinación de radicales antisistema de izquierdas y de derechas que alaban la idea de la soberanía, que en la práctica significa el rechazo de la solidaridad euroatlántica y del liberalismo.

Putin pareció dirigirse directamente a los electores de los “soberanistas” europeos cuando argumentó que “la élite estadounidense” quería “destruir los estados nacionales” y “las identidades de Francia, Italia, España y otros países con historias centenarias”.

Y seguramente hizo el juego a los teóricos de la conspiración cuando insistió en que los supuestos intentos de “la dictadura de las élites occidentales” de derrocar “la fe y los valores tradicionales”, así como de “suprimir la libertad”, se parecían al “satanismo puro”.

La otra audiencia internacional del discurso de anexión de Putin es el llamado “Sur Global”. Para este público, Putin se puso la brillante armadura del anticolonialismo. Presentó a Rusia -irónicamente, el mayor imperio colonial que sigue existiendo en la actualidad- como líder del “movimiento emancipador y anticolonial contra la hegemonía unipolar” que, según él, toma forma en todo el mundo y “determinará nuestra futura realidad geopolítica”.

No era la primera vez que Putin adoptaba posiciones radicalmente antioccidentales, pero su discurso sobre la anexión también tenía un elemento nuevo, un aspecto revolucionario implícito de su antioccidentalismo: “El actual colapso de la hegemonía occidental es irreversible. Y lo repito: las cosas nunca serán iguales”.

¿LA ONU? ¿Qué ONU?

Putin se muestra abiertamente sobre sus ambiciones de desmantelar el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, y aunque todavía se refiere a la Carta de la ONU en su intento de justificar la anexión de las regiones ucranianas, no oculta surechazo de los principios de la ONU: “Occidente insiste en un orden basado en normas. ¿De dónde ha salido eso? ¿Quién ha visto esas reglas? ¿Quién las ha acordado o aprobado?”.

El líder del país que ocupa un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU debería saber, naturalmente, que las reglas que cuestiona están consagradas en la Carta de la ONU, que es absolutamente clara sobre las anexiones: “Todos los miembros se abstendrán, en sus relaciones internacionales, de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado”.

Pero para Putin ha llegado el momento de una revolución contra los principios de la ONU y el orden internacional basado en normas, y Ucrania es sólo una de las etapas de su búsqueda.

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