Este viernes (9 de septiembre) los ministros de Energía de la UE se reunirán de nuevo para intentar frenar la subida de los precios de la energía.
Se puede hacer mucho en 11 meses, pero en lugar de programar inversiones estructurales para lograr la independencia energética y acabar con el oligopolio de las grandes empresas energéticas, Europa se tomó su tiempo. A través de una medida a corto plazo tras otra, la Unión Europea retrasó cualquier tipo de declaración, por no hablar de intervención, que pudiera revelar que el emperador de nuestro tiempo -el mercado- no tiene ropa.
Mientras los presidentes de la Comisión y del Consejo se enzarzan en una reñida competición de relaciones públicas pidiendo “medidas concretas” y una reforma de un mercado energético que “no es apto para el propósito”, sus acciones cuentan una historia diferente.
El Consejo Europeo de julio presentó una serie de medidas orientadas a reducir el consumo, pero la estructura del mercado quedó intacta. “Preservar la integridad” del mercado único es el mantra que recorre todos los documentos oficiales del Consejo y la Comisión.
Preservar la integridad del planeta, de las generaciones futuras o de la dignidad humana no figura ni una sola vez. Es más fácil apagar ciudades enteras, dejando a la gente al calor abrasador de las últimas olas de calor o al dramático invierno que nos espera, que cuestionar la obscena especulación financiera que se desarrolla ante nuestros ojos.
Lista de deseos
Las propuestas presentadas por la presidencia checa para la próxima reunión son, por el momento, poco más que una lista de deseos sin ningún plan de acción concreto: desacoplamiento del gas y la electricidad, límites de precios y aumento de la liquidez en el mercado. Aunque todo esto suena bien, sabemos muy bien que en política el diablo está en los detalles.
Las propuestas de la Comisión que se han filtrado son aún menos ambiciosas, con la siempre presente advertencia de “no distorsionar el mercado”, cuando podría decirse que un mercado que arrastra a la clase trabajadora de toda Europa a la pobreza mientras permite a las empresas energéticas obtener beneficios astronómicos ya está muy distorsionado.
Según la Comisión, si se pone un tope a los precios de la energía, se corre el riesgo de que aumente la demanda de gas, amenazando los objetivos de almacenamiento. Sin embargo, esto ya está ocurriendo: durante los primeros siete meses de 2022, Europa ha aumentado el uso de gas para la generación de energía en comparación con el año pasado.
Tal vez habría que reflexionar más sobre la especulación que tiene lugar en los mercados de la energía y el gas, con comerciantes que utilizan la inteligencia artificial para aumentar los precios.
Seamos claros: las medidas miopes de Europa defienden un sistema que permite que unas pocas empresas seleccionadas se enriquezcan apostando por un futuro sombrío para todos los demás.
Mientras las familias apagan las luces para aliviar las facturas cada vez más elevadas, Europa pide a sus habitantes que sacrifiquen uno o dos grados de calor en sus hogares. Reducir el consumo es, sin duda, una medida necesaria, pero sin políticas redistributivas se convierte en un resultado político regresivo, si no cruel.
Lotería para los pobres
Los que puedan permitírselo, seguirán pagando facturas de energía elevadas sin cambiar necesariamente sus hábitos; los que tengan la suerte de disfrutar de las ventajas de un hogar eficiente reducirán su consumo, mientras que los más pobres se enfrentarán a una lotería: ayudas del gobierno/estado a corto plazo y probablemente pagarán la cuenta de enormes rescates energéticos en el futuro.
Por si esto no fuera suficientemente distópico, los programas de juegos en el Reino Unido ahora ofrecen premios en efectivo o el premio más lucrativo del pago de las facturas de energía.
Las tiritas nunca han sido suficientes, pero ahora son peligrosas porque sirven para poco más que para ocultar las profundas heridas del sistema.
No saldremos de esta crisis energética si no abordamos los fallos estructurales que sustentan este modelo energético y que están regulados por la legislación europea.
Hay que cambiar el sistema de precios opaco que no permite conocer el precio que pagan las grandes empresas energéticas. Hay que acabar con el modelo de precios marginales de la energía, que permite a las empresas obtener beneficios récord.
Mientras nos preparamos para un invierno frío, la prohibición de las desconexiones y la introducción de topes de precios e impuestos sobre los beneficios inesperados son las primeras medidas necesarias, pero no son suficientes. Si la Unión Europea se toma en serio la lucha contra la crisis y la reducción del consumo, debe garantizar una vivienda eficiente, servicios públicos, salarios más altos y un transporte público eficiente para todos.
Y lo que es más importante, ya es hora de que Europa reclame la energía como un bien esencial bajo control público. El fracaso del mercado energético está dolorosamente ante nuestros ojos. ¿A qué estamos esperando?