Las agrupaciones regionales han ido ganando influencia en la política y la agenda de la Unión Europea, con grupos formados según líneas geográficas y/o temáticas.
El Grupo de Visegrád, la Nueva Liga Hanseática, el Benelux o los países nórdicos han colaborado con frecuencia para impulsar sus demandas en diversos asuntos, desde las políticas comerciales, económicas y fiscales hasta la migración y las relaciones con actores externos como Rusia.
Sin embargo, los Estados miembros del sur de Europa, que con frecuencia han tenido todas las razones para colaborar, se han encontrado en un marco marcado a menudo por una cooperación poco firme o, peor aún, por lógicas de competencia.
Hay razones tanto históricas como políticas que explican la ausencia de una cooperación meridional reforzada. La importante variación de tamaño, poder económico e intereses en política exterior hace que los Estados miembros del sur sean muy heterogéneos.
Si Francia figura como un Estado miembro europeo del sur (o al menos del Mediterráneo), puede percibir su papel más como líder que como igual. Pero Francia actuando como “primus inter pares [first among equals] también podría ser contestada por otros países importantes como Italia (también miembro fundador de la CE) y España.
Durante la crisis financiera de 2008, los Estados miembros del sur de Europa se enfrentaron en una lógica de divergencia, no de convergencia.
Portugal, Italia, Grecia y España fueron etiquetados como “PIGS”, compartiendo primas de riesgo cada vez mayores, ratios de deuda pública sobre el PIB cada vez mayores, crisis en sus sistemas bancarios, programas de rescate y onerosas condiciones de ajuste económico.
Los países del norte de Europa les acusaron moralistamente de haber vivido por encima de sus posibilidades y les impusieron duras medidas de austeridad. Los gobiernos del sur de Europa, en lugar de cooperar para establecer una solidaridad común entre ellos, se esforzaron conscientemente por evitar que se les asociara para evitar el estigma de ser un socio poco fiable para el resto de la UE.
Esta situación ha cambiado significativamente.
Al negociar una respuesta a la pandemia del Covid-19, Italia y España -con el apoyo inmediato de Portugal y Grecia- presentaron soluciones innovadoras para una respuesta común de la UE, basadas en el reparto de la carga y que allanaron el camino para la propuesta franco-alemana de lanzar la UE de nueva generación (NGEU).
La recuperación mediante préstamos comunes, que había sido un tabú durante la crisis del euro, se hizo realidad.
De hecho, el planteamiento del Sur de Europa se convirtió en la posición dominante de la UE. Así, cuando se produce la cooperación, pueden producirse resultados positivos para el sur de Europa.
Los Estados miembros del sur de Europa, que han sido partidarios constantes y una fuerza impulsora de una mayor integración europea a lo largo de los años, tienen hoy el potencial de convertirse en una alianza proactiva y dinámica para fomentar planes de cooperación beneficiosos.
En lugar de actuar como una fuerza de bloqueo, como han hecho otras agrupaciones regionales en el pasado, el sur de Europa puede ayudar a avanzar en las tan necesarias reformas europeas, restableciendo la confianza en la integración europea y la confianza del resto de los Estados miembros.
En la actualidad, y con la reelección de Emmanuel Macron como presidente de Francia, los estados miembros del sur constituyen un grupo bastante homogéneo dirigido por gobiernos proeuropeos y liderazgos pro-UE, a pesar de que sus gobiernos pertenecen a diferentes grupos políticos.
Los Estados miembros del sur de Europa deberían colaborar cada vez más y contribuir a una UE orientada a la reforma y con visión de futuro para forjar respuestas y políticas comunes para hacer frente a los múltiples desafíos. Entre las áreas de cooperación fructífera se encuentran la reforma de los sistemas de gobernanza económica, el cambio climático, la migración y la seguridad y la defensa.
En cuanto a la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, existen intereses y voluntad política convergentes para flexibilizar las normas fiscales y hacer sostenibles las deudas públicas, dotar a la Eurozona de una capacidad fiscal anticíclica, hacer frente al desempleo y convertir el NGEU en un instrumento permanente. La cooperación en este sentido es clave tanto para los Estados miembros del sur de Europa como para el avance de las reformas en la UE.
Incendios forestales y desertificación
La cooperación en materia de cambio climático también es fundamental para los Estados miembros del sur de Europa, ya que están especialmente expuestos a fenómenos meteorológicos extremos como los incendios forestales y la desertificación. Los países del sur de la UE comparten el interés por las energías renovables, como la solar, la eólica o el hidrógeno verde.
Asimismo, un enfoque de cooperación en la reforma de la Política Agrícola Común debería ayudar a desarrollar la autonomía estratégica en los ámbitos de la soberanía alimentaria, las cadenas de suministro de alimentos y los sistemas alimentarios locales.
Por último, a pesar de las diferentes posturas sobre lo que debe incluir la taxonomía verde, existe unainterés compartido en el desarrollo de mercados energéticos europeos más interconectados y en la diversificación de proveedores tras la invasión rusa de Ucrania.
En cuanto a la vecindad meridional, aunque a menudo ha sido fuente de conflictos cuando chocan intereses divergentes, hay cuestiones en las que la cooperación es fundamental: en primer lugar, la urgencia de los retos migratorios en el Mediterráneo; en segundo lugar, la necesidad de implicar a la región subsahariana a la hora de abordar los problemas de seguridad, el crecimiento económico, la demografía y el cambio climático; y en tercer lugar, la seguridad marítima, desde la lucha contra la piratería hasta la exploración de recursos naturales sin explotar en el Mediterráneo oriental.
Los Estados miembros del sur de Europa también coinciden en que la UE debe convertirse en un actor geopolítico en el contexto mundial. Comparten una posición sobre Ucrania basada en la condena de la agresión rusa, un fuerte paquete de sanciones contra Rusia y la prestación de apoyo político, financiero y militar a Ucrania.
Queda por ver si su apoyo al desarrollo de la autonomía estratégica de la UE significa también un aumento de la cooperación en materia de defensa.
Tras una década de crisis cuyo impacto se dejó sentir con fuerza en el sur de Europa, Francia, Grecia, Italia, Portugal y España deben darse cuenta de que un enfoque común sirve mejor a sus intereses nacionales que los esfuerzos aislados.
Para mantener un enfoque coherente, debe reforzarse la cooperación en sus reuniones multilaterales anuales y organizarse reuniones bilaterales más sistemáticas, forjando enfoques comunes y presentando nuevas propuestas políticas.
Dado que su visión se está convirtiendo cada vez más en la corriente principal de la UE, los Estados miembros del sur de Europa deberían tratar de traducir su creciente relevancia en un mayor impacto mediante una coordinación política más estrecha.