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La UE debería amonestar menos, y escuchar más, al Sur Global

No es momento de prestar poca atención. La mega juerga de la semana pasada, también conocida como la Asamblea General de la ONU, ya es historia mientras lidiamos con las nuevas y urgentes prioridades de la UE.

Sin embargo, si como muchos afirman la geopolítica es realmente la verdadera vocación de la UE, el bloque debería aprender las lecciones de lo que ocurrió -o más bien no ocurrió- en la ONU.

  • No basta con hablar de solidaridad global. Lo que se necesita es empatía y humildad, no la anticuada arrogancia eurocéntrica

Es cierto que hay mucho por lo que preocuparse: Georgia Meloni está a punto de encabezar un gobierno de extrema derecha en Italia, los Estados miembros no están seguros de si deben abrir sus brazos a los que huyen de la primera movilización de Rusia desde la Segunda Guerra Mundial y Vladimir Putin puede -o no- ir de farol en su guerra de Ucrania.

La crisis energética, el aumento de las presiones inflacionistas, la creciente ansiedad de los ciudadanos por llegar a fin de mes y el temor a cuándo y dónde volverá a atacar el virus, entre otras cosas, están provocando noches de insomnio en toda Europa.

No es de extrañar, pues, que los responsables políticos de la UE se apresuren a dejar atrás el festival de charlas de la semana pasada en Nueva York.

¿Mi consejo? No lo hagas.

Si la UE quiere realmente salir adelante en un mundo complejo, complicado y ferozmente competitivo, debe superar el marco transatlántico centrado en Occidente y comprometerse realmente con el Sur Global.

Esto significa compartir los conocimientos, la experiencia y la sabiduría de Europa con los socios, pero no sermonearlos ni reprenderlos.

De vez en cuando, la gente de la UE debe escuchar y aprender. Decirle a los demás lo que tienen que hacer ya no debe considerarse parte de ser europeos.

Los buenos consejos son bienvenidos. Pero los constantes gestos de la UE y la moralina se están volviendo insoportablemente repetitivos y contraproducentes. La mayoría de los países del Sur Global la consideran eurocéntrica y neocolonial.

El llamamiento del presidente francés Emmanuel Macron en la ONU para que los Estados no occidentales dejen de sentarse en la valla y abandonen su “forma de neutralidad” en el conflicto entre Rusia y Ucrania es un ejemplo de ello.

El dirigente francés, al igual que otros en Europa y América, considera que los que se declaran no alineados se equivocan y “cometen un error histórico”. Tiene razón al expresar su opinión. Pero se equivoca al reprender.

Nadie quiere a Putin y la violación de la soberanía de Ucrania por parte de Rusia ha provocado escalofríos en la espalda de muchos líderes asiáticos y africanos.

Pero su decisión de tratar de mantenerse al margen de la contienda y desestimar las demandas de unirse al esfuerzo bélico occidental se basa en el interés nacional, no en un capricho.

Los líderes del Sur Global no quieren convertirse en un peón en un peligroso “Gran Juego” geopolítico que saben que pone en peligro a sus naciones. Estos argumentos deben ser escuchados.

La verdad incómoda es que el enfoque de la UE de “nosotros sabemos más” está creando resentimiento entre muchos Estados no occidentales que se quejan de ser infantilizados.

Se calcula que 71 millones de personas en todo el mundo se encuentran en situación de pobreza debido a la subida de los precios de los alimentos y la energía provocada por el conflicto en Ucrania, según el Programa de Desarrollo de la ONU.

No es de extrañar, pues, que los países en desarrollo quieran que el dinero que se gasta en la guerra se destine a combatir la inseguridad alimentaria, la pobreza, la escasez de energía y el impacto del cambio climático.

¿Nueva guerra fría en África?

Como subrayó el presidente senegalés Macky Sall, actual presidente de la Unión Africana, “África ya ha sufrido bastante el peso de la historia” y no quiere ser el “caldo de cultivo de una nueva guerra fría”.

También los asiáticos desconfían de las crecientes tensiones ideológicas. Las naciones del sudeste asiático, con la excepción de Myanmar, siguen siendo reacias a tomar partido, aunque Singapur ha impuesto sus propias sanciones unilaterales a Rusia.

Es importante destacar que China e India, reprendidas internacionalmente por su “neutralidad prorrusa”, presionan ahora a Rusia para que ponga fin a la guerra y opte por la democracia, la diplomacia y el diálogo.

También está la incómoda cuestión del doble rasero. Gran parte de la legítima preocupación de Europa por la erosión de los derechos humanos, la democracia y el Estado de Derecho en todo el mundo se ve socavada por su incapacidad para poner orden en su propia casa.

El aumento del racismo, la creciente popularidad de los partidos de extrema derecha europeos y ahora la victoria de Meloni en las elecciones italianas, están ridiculizando las pretensiones de Europa de ser una Unión de valores e igualdad.

Los líderes de la UE difícilmente pueden denunciar la discriminación de las minorías en el extranjero si están dispuestos a dar cabida al racismo, la islamofobia y el antisemitismo en casa.

Las palabras de apoyo de Europa a las mujeres iraníes que protestan por el hiyab obligatorio tendrían más peso si los gobiernos de la UE no tuvieran unhistoria de interferir en las opciones de vestimenta de sus propias ciudadanas musulmanas.

El panorama energético no es más bonito. India, Pakistán y Bangladesh, entre otros países, se están quedando sin acceso al gas natural licuado debido al enorme apetito de la UE por este producto para sustituir la energía rusa.

Los países de la UE también están desarrollando yacimientos de gas en alta mar en África para exportarlos a Europa, pero -para irritación de los dirigentes africanos- mantienen la prohibición de destinar fondos al desarrollo de inversiones en gas en el continente.

El perfil geopolítico de la UE ha mejorado gracias a su firmeza y unidad frente a Rusia, al aumento del gasto en defensa y a la solidaridad con Ucrania.

Para seguir siendo relevante y creíble en el desafiante entorno actual se necesita algo más que palabras duras y poderío. La UE también debe ajustarse, adaptarse y escuchar los dilemas y preocupaciones de los demás.

No basta con hablar de solidaridad global. Lo que se necesita es empatía y humildad, no la anticuada arrogancia eurocéntrica.

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