El día de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022, Xi Jinping, de China, y Vladimir Putin, de Rusia, declararon una “amistad entre los dos estados sin límites, sin áreas ‘prohibidas’ de cooperación”, prometiendo estar uno al lado del otro en los conflictos sobre Ucrania y Taiwán y colaborar más contra Occidente.
¿Se ha hecho realidad la pesadilla de Occidente de que la relación sino-rusa se convierta en una “alianza autoritaria” que actúe como centro de gravedad alternativo a las democracias liberales occidentales?
En contraste con este cierre de filas propagandístico, la guerra rusa contra Ucrania ha llevado a China a una posición bastante delicada.
La última decisión del Banco Asiático de Infraestructuras e Inversiones (BAII), dominado en gran medida por China, de congelar los préstamos a Rusia y Bielorrusia por la guerra de Ucrania y el comportamiento del país en el Consejo de Seguridad de la ONU se derivan de este dilema.
La agresión rusa también pone en tela de juicio los beneficios de la cooperación cada vez más estrecha entre China y Rusia en muchos campos.
La dependencia de Rusia de los mercados occidentales sigue siendo fuerte, a pesar del enorme aumento de los intercambios comerciales chino-rusos en los últimos diez años. El país está lejos de poder sustituir completamente su relación económica con Occidente por razones logísticas, tecnológicas y financieras.
Lo que sorprendió mucho no sólo a Moscú, sino también a Pekín, fue la reacción sin precedentes de las naciones occidentales y sus aliados en Asia ante la agresión rusa, por su rapidez, alcance y eficacia.
Este contragolpe contrastó fuertemente con lo que las élites rusas han creído durante mucho tiempo: la narrativa de un Occidente débil y en declive, una idea que también había ganado muchos seguidores entre los políticos chinos y gran parte de su población.
La guerra contra Ucrania será reconocida como un momento decisivo en la estrategia de defensa, y no sólo entre las democracias occidentales, dado que está en juego la arquitectura de seguridad de todo el continente euroasiático y su periferia.
Sea cual sea el destino de Ucrania, habrá consecuencias perjudiciales para Rusia, pero también para China. Para Rusia, los desequilibrios estructurales de su relación con China son múltiples: un modelo de exportación basado en los recursos, una población decreciente y envejecida, y debilidades en su gobernanza interna.
Debido al duro régimen de sanciones, la posición asimétrica de Rusia dentro de la asociación -al menos en términos económicos y tecnológicos- no hará sino deteriorarse aún más, dando a China una ventaja en los términos comerciales bilaterales, es decir, en las importaciones de energía, lo que supondrá ventajas comparativas adicionales para la economía china.
Esto arroja dudas adicionales sobre si China se unirá a cualquier “asociación de modernización”, que la UE había ofrecido a Rusia en 2010.
Será interesante seguir de cerca las lecciones que China sacará de este conflicto. Lo que ya puede decirse es que el país acelerará sus esfuerzos para desacoplar aún más su economía y reforzar su resistencia contra cualquier forma de guerra económica.
Nueva carrera armamentística mundial
Pero ni siquiera China se va a reír necesariamente. Las ondas de choque de la recesión económica afectarán a la economía china, ya que los patrones de consumo y las estrategias de inversión en Occidente cambiarán drásticamente. La propia Ucrania es un importante socio comercial de China en términos de productos agrícolas y armas.
Ya estamos asistiendo a una nueva ronda en la carrera armamentística mundial entre los vecinos de China, como Corea del Sur, Japón y Taiwán, ya que crece el temor a un comportamiento similar al de Rusia por parte de China en el Mar de China Oriental y Meridional.
Todos estos acontecimientos contrastan claramente con el entorno internacional estable que China considera una condición previa para su propio ascenso y prosperidad.
Mientras el polvo de la guerra no se haya asentado y no se hayan encontrado soluciones para poner fin al conflicto, es difícil juzgar correctamente las implicaciones a medio y largo plazo de la guerra en las relaciones entre Rusia y China.
Pero al menos una evaluación debería estar clara para Europa: el mayor desafío estratégico para Europa sigue siendo una China en ascenso. Cualquier intento de reforzar las capacidades y la resistencia de Europa debe medirse en este horizonte estratégico más amplio y con intereses mucho más elevados que en el conflicto actual.
La consecuencia más perjudicial se producirá en los acuerdos multilaterales y en los esfuerzos para hacer frente a los desafíos globales, como el cambio climático o la salud mundial.
La contundente agresión rusa ha aislado por completo al país en la escena mundial; el apoyo de China a Rusia ha sembrado más dudas sobre el país como socio fiable en unaorden basado en reglas.
Un mundo dividido es lo último que necesitamos ahora.