Los sorprendentes éxitos militares de las fuerzas armadas ucranianas en el territorio que Rusia controlaba desde que comenzó la crisis en 2014 marcan un dramático punto de inflexión en esta guerra. Las fuerzas rusas parecen estar al borde de la derrota.
Dicho esto, la imprevisibilidad de este conflicto hace que la contraofensiva ucraniana deba tomarse con cierta cautela.
Vladimir Putin ha dicho que los planes de Rusia no cambiarán como resultado de los avances ucranianos e insistió en que la ofensiva rusa en Donbás sigue en marcha.
Han pasado casi siete meses desde que el presidente ruso convirtió la crisis ucraniana en una invasión a gran escala. En ese tiempo, ha quedado claro que subestimó dos cosas.
En primer lugar, la valentía y la voluntad del propio pueblo ucraniano de mantener una feroz resistencia al acto de agresión no provocado.
En segundo lugar, la determinación de la OTAN y sus socios de mantener su apoyo político, económico y militar a Ucrania.
La “operación militar especial” de Putin, cuyo objetivo era “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania, se enfrenta a una perspectiva muy real de derrota. Las fuerzas armadas ucranianas han consolidado sus avances en la región nororiental de Kharkiv. Han retomado las ciudades estratégicamente importantes de Kupyansk e Izyum, esta última utilizada por Rusia como puesto militar clave.
Esta contraofensiva relámpago representa una repetición del fracaso de Rusia en la fase inicial de la guerra para tomar Kyiv.
Tras perder la batalla para tomar la capital ucraniana, Rusia redefinió el alcance de su operación con el objetivo declarado de “liberar” Donbas. El panorama cambiante de la situación militar hace que el objetivo parezca ahora cada vez más precario. Ucrania se encuentra en una posición fuerte para cortar las fuerzas rusas desde el norte y hacer más ganancias territoriales hacia el este. El camino hacia Luhansk ya ha comenzado a abrirse para las fuerzas ucranianas tras su exitosa ruptura de las líneas defensivas rusas a lo largo del río Oskil.
A pesar de los notables avances ucranianos, una derrota rusa no se traduciría necesariamente en un cambio de régimen en Moscú. Es probable que Putin intente hacer valer sus reveses militares como prueba de lo que el Kremlin percibe como una amenaza existencial a la que se enfrenta Rusia.
Prosperidad, mentiras y miedo
El politólogo Adam Przeworski escribió una vez que el equilibrio autoritario se apoya en tres pilares: la prosperidad económica, la mentira y el miedo.
El presidente ruso afianzó su popularidad durante el periodo de altos precios del petróleo y la reforma económica en la década de 2000.
Sin embargo, con el tiempo, el crecimiento económico de Rusia se ha visto afectado por la corrupción y la escasa competencia bajo el autoritarismo de Putin. Dos años antes de que Putin lanzara el ataque a gran escala contra Ucrania, los ingresos reales de los hogares en Rusia estaban un siete por ciento por debajo de su máximo en 2013.
Incapaz de proporcionar prosperidad económica al pueblo ruso, Putin ha confiado en los otros dos pilares de la teoría de Przeworski -el miedo y el engaño- para perpetuar su sistema político centralizado. Para Putin, estos dos pilares pueden utilizarse manteniendo la guerra en Ucrania.
Esta limitación inherente al autoritarismo puede verse en la respuesta del Kremlin a la contraofensiva ucraniana. Rusia seguirá presionando hasta que se hayan cumplido “todos sus objetivos militares”, es decir, la protección de la población de etnia rusa en Donbas de la falsa reclamación de genocidio.
La durabilidad de la paranoia en el centro del Estado ruso debería llamar a una reevaluación de la respuesta de Occidente a la guerra en Ucrania. Hasta la fecha, la intervención de Rusia ha sido respondida con un despliegue de fuerzas de la OTAN en Europa del Este a una escala que no se veía desde el apogeo de la Guerra Fría.
En el periodo comprendido entre octubre de 2021 y marzo de 2022, el número de tropas bajo control directo de la OTAN ha aumentado de 4.000 a 40.000. La necesidad de reforzar las capacidades de los estados miembros de la OTAN para resistir el uso de la guerra convencional por parte de Rusia es el razonamiento de la alianza para su intensificada presencia de seguridad.
En lo que respecta a Putin, la rápida movilización de la OTAN en respuesta a la invasión a gran escala se alinea con los pilares de miedo y engaño de Przeworski que mantienen vivo su sistema autoritario.
La presencia de la OTAN refuerza la falsa narrativa del presidente ruso sobre la necesidad de un Estado asertivo en respuesta a las amenazantes intenciones de Occidente hacia Rusia.
Tras el colapso de la Unión Soviética, muchos rusos recurrieron a la Rus de Kiev como fuente de su identidad nacional. Es el estado ortodoxo donde los rusos, bielorrusos y ucranianos de hoy en día pueden rastrearsus orígenes.
Desenmascarando la paranoia
Para Putin, la proximidad de la OTAN a las fronteras rusas representa otro intento de las fuerzas hostiles de socavar lo que los rusos consideran su derecho exclusivo a heredar las tierras de la Rus de Kiev.
En el anuncio televisado de la “operación militar especial”, el presidente ruso se refirió a la expansión de la OTAN hacia el este tras el fin de la Guerra Fría como “amenazas fundamentales, que políticos occidentales irresponsables crearon para Rusia de forma sistemática, grosera y sin miramientos”.
Para romper este ciclo de miedo que Putin utiliza para alimentar su guerra, los líderes occidentales deberían empezar a reconsiderar su política hacia Rusia centrada en la OTAN. Al ir más allá de la confrontación como principio rector de las relaciones entre Oriente y Occidente, se pueden crear las condiciones para deshacer los pilares del miedo y el engaño que sostienen el control de Putin sobre el poder.
Una de las consecuencias imprevistas del colapso de la Unión Soviética ha sido el reto para la OTAN de redefinir su lugar en el emergente sistema internacional multipolar. La alianza ya no puede recurrir a la amenaza soviética como justificación de su existencia. Esto significa que poner fin a la violencia en Ucrania requerirá el tipo de liderazgo y de arte de Estado que se ejerció con tanta eficacia durante los últimos años de la Guerra Fría.
La tarea de restaurar la soberanía y la integridad territorial de Ucrania justifica una seria evaluación de Occidente y su relación con una potencia en declive y revisionista como la Rusia de Putin. La posibilidad de que el presidente ruso sea humillado en Ucrania no será suficiente para detenerlo.