Ya se ha convertido en un cliché argumentar que la política exterior y de seguridad europea ha madurado más durante el último fin de semana que durante la última década.
Lo que era poco realista hace una semana -una posición europea fuerte y conjunta sobre las sanciones más duras posibles a Rusia, incluyendo Nord Stream 2, SWIFT y la congelación de los activos del banco central ruso- es ahora una dura y fría realidad.
El cambio también se ha visto en Hungría, cuyo primer ministro, Viktor Orbán, ha sido considerado tradicionalmente el caballo de Troya más evidente de Vladimir Putin en la UE y en la OTAN.
Orbán apoyó todas las medidas de sanción de la UE -tras algunos pequeños intentos de retraso- y condenó la invasión rusa de Ucrania.
En los últimos días, se ha convertido en el mantra de la política exterior húngara que el país comparte todas las posiciones europeas conjuntas, independientemente de cuáles sean esas posiciones. Orbán incluso apoyó la decisión de la UE sobre la entrega de armas letales a Ucrania.
Y ahora Hungría mantiene un perfil bajo. Está intentando quitarse de encima su imagen de alborotador complaciente con Rusia.
¿Un auténtico giro de 180 grados?
¿Se está produciendo un auténtico giro en la política exterior húngara ante nuestros propios ojos? ¿Podrían las ondas de choque enviadas por la agresión rusa domesticar a Orbán, prácticamente de la noche a la mañana?
No. Si miramos más de cerca el país y su política exterior, vemos un prolongado equilibrio, no un giro de 180 grados.
Los medios de comunicación controlados por el gobierno y los trolls de las redes sociales siguen haciéndose eco de las narrativas favorables a Rusia y de la desinformación en Hungría. El país es el único de los cuatro Estados de Visegrado que se negó a proporcionar ayuda militar a Ucrania. La República Checa, Polonia y Eslovaquia se comprometieron a prestar un apoyo militar considerable a Kiev.
Además, el gobierno de Orbán también prohibió el uso de las rutas de transporte húngaras para entregar ayuda militar a Ucrania.
Se podría decir que Orbán ha demostrado que no está dispuesto a romper ni un solo lazo forjado con Putin a lo largo de los años, a pesar de la clara exigencia tanto de la oposición húngara como de las protestas antiguerra en las calles de Budapest.
Se negó a reconsiderar el controvertido proyecto de construcción de la central nuclear Paks II, al igual que se negó a seguir el llamamiento del gobierno checo para abandonar el Banco Internacional de Inversiones (BII), controlado por Rusia.
El IIB trasladó su sede a Budapest en 2019 y ha sido ampliamente considerado como un riesgo para la seguridad, con acusaciones de que la institución proporciona un refugio seguro para las actividades encubiertas de la inteligencia rusa.
Y Orbán no estaría en condiciones de dar un giro de 180 grados en política exterior, aunque quisiera, por dos buenas razones.
Mea culpa imposible
En primer lugar, no puede admitir en la campaña electoral que su política con Rusia durante los últimos 12 años ha sido un enorme error estratégico.
Entre sus partidarios más acérrimos, Orbán se cree infalible. Destruir este mito no sólo causaría confusión en su base electoral, sino que podría plantear fácilmente más preguntas incómodas.
Si la complicidad con los autócratas fue un fracaso, su enfoque de confrontación con la Unión Europea y otros socios occidentales también podría considerarse imprudente.
Toda la visión del mundo de Fidesz, que es el partido político que lidera Orban, está en juego.
En el pasado, Orbán sí fue capaz de dominar los giros ideológicos y políticos que rompían el cuello.
Pero no en tan poco tiempo, sin ningún trabajo de preparación -y en plena campaña electoral.
En segundo lugar, un verdadero giro de la política exterior húngara es imposible e inimaginable sin un giro de la política interior.
Aunque en los próximos meses la UE estará preocupada por mantenerse unida en su política hacia Rusia, los puntos de conflicto entre las relaciones de la UE y Hungría no desaparecerán sin más.
Para resolver las grandes cuestiones -qué pasará con el suspendido fondo de recuperación de Covid y el mecanismo del Estado de Derecho- Orbán tendría que redemocratizar su régimen.
Para un hombre fuerte autoritario y cleptócrata, esto es imposible.
En cuanto a mantener lazos estrechos y cordiales con Rusia y China, es probable que persista en esa vía. Al fin y al cabo, ofrece a Orbán una importante influencia sobre los socios occidentales y la UE.
Gran parte del modus operandi de Orbán consiste en crear la impresión de que existen opciones estratégicas que pueden permitirle sostener su régimen en caso de que Hungría, algún día, abandone la UE.
Esa amenaza implícita le hizo ganar muchas batallas en la UE, protegiéndolo de verdaderas sanciones durante años.
La problemática política exterior de Hungríay su autocratización van de la mano. Orbán no puede tener una cosa sin la otra.
No hay esperanza de un verdadero giro en la política exterior húngara mientras el primer ministro Orbán esté en el poder en Budapest.