La nueva retórica de Le Pen sobre la UE esconde las mismas ideas de siempre

En su principal manifiesto para las elecciones presidenciales francesas, Marine Le Pen es bastante grandilocuente, pero también carece de detalles sobre Europa.

El “proyecto presidencial” de su partido habla de la “sustitución progresiva” de la Unión Europea por una Alianza Europea de Naciones. No hay mucho más en cuanto a puntos concretos.

La vaguedad de la propuesta es llamativa, quizá incluso demasiado obvia, pero también es conveniente para su partido. No hay grandes palabras sobre el Frexit, sólo se habla de “sustitución progresiva”, lo que significa poco por sí mismo.

Pero ahí no acaba la historia.

Menos visible, en sus otros documentos preelectorales -su proyecto sobre inmigración- hay otra propuesta, una sobre la primacía de la Constitución francesa y del derecho nacional sobre el derecho de la UE.

La elección de las palabras no es casual, ya que la Unión Europea se basa, precisamente, en ese concepto: la primacía del derecho de la Unión Europea sobre el derecho nacional es la piedra angular de la integración europea. Y la “primacía nacional” de Le Pen lo niega.

La estrategia de Le Pen no es muy imaginativa. Mucho menos es nueva. No en vano, el Tribunal Constitucional polaco la utilizó recientemente para legitimar el retroceso polaco en las normas de la UE.

La misma idea ha aparecido en otros manifiestos euroescépticos en los últimos años, incluso en el propio partido de Le Pen.

En 2019, su manifiesto para las elecciones al Parlamento Europeo pedía que se restaurara el derecho nacional por encima del de las instituciones supranacionales.

Todavía más atrás en el tiempo, en 2007, su partido (entonces llamado Frente Nacional y dirigido por su padre Jean-Marie Le Pen) propuso restablecer la primacía del derecho nacional sobre el derecho derivado de la Unión Europea.

Pero aunque el euroescepticismo constitucional de Marine Le Pen no es nuevo, tampoco es inocuo. Más bien lo contrario: tiene el potencial de ser más exitoso electoralmente y, en su momento, al menos tan perjudicial para la Unión Europea, como cualquier conversación sobre la salida de Francia de la UE como lo hizo el Reino Unido.

A fin de cuentas, el constitucionalismo goza de un merecido prestigio en las democracias.

Y al poner el constitucionalismo en contra de la Unión Europea, Le Pen está explotando ese principio para ponerlo al servicio de su euroescepticismo. Es más fácil vender el constitucionalismo que salir de la UE.

El euroescepticismo constitucional no es una forma suave, sino muy dura, de rechazo al proyecto europeo y los euroescépticos han aprendido a ser sutiles, indirectos y ambiguos.

Han tenido que hacerlo. Los ciudadanos de los Estados miembros apoyan en general a la Unión Europea.

Han sido testigos de los dolores del Brexit en el Reino Unido. La mera mención de la salida de la Unión Europea puede ser electoralmente costosa para los partidos euroescépticos, y la puesta en práctica de tal propuesta, costosa para sus naciones.

Probablemente por ello, muchos euroescépticos ya no proponen explícitamente abandonar la UE. En su lugar, suelen recurrir a estrategias más imaginativas y la explotación del constitucionalismo es una de ellas.

Como estrategia política, el euroescepticismo constitucional está marcado por una paradoja y un secreto.

Esta es la paradoja: utiliza un lenguaje poderoso y atractivo y tiene el potencial de infligir un gran daño a la integración europea. Pero, al mismo tiempo, se basa en una debilidad: la falta de atractivo del euroescepticismo para la mayoría de los votantes, que obliga a políticos como Le Pen a ofuscar sus verdaderas intenciones.

El secreto es aún más interesante: el euroescepticismo constitucional no tiene nada que ver con el verdadero constitucionalismo.

El verdadero constitucionalismo tiene que ver con la democracia, los controles y equilibrios, los derechos humanos y el Estado de Derecho; estos valores son compatibles con la Unión Europea, que tiene el potencial de reforzarlos.

Los euroescépticos, en cambio, como en Francia, Hungría o Polonia, suelen tener otras prioridades que en realidad van en contra de estos valores.

Así pues, el euroescepticismo constitucional es una farsa.

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