Año nuevo, nuevo liderazgo sueco en el Consejo Europeo. Y en 2023 los parias políticos, antaño asociados a racistas violentos y simpatizantes nazis con esvásticas, se acercan peligrosamente al timón.
Como muchos, supuse que la Presidencia sueca sería una oportunidad para avanzar en algunos de los retos más acuciantes de la UE: el clima, la política de refugiados, la igualdad de género, el Estado de derecho y la democracia. Pero mis esperanzas se desvanecieron cuando quedó claro que Suecia tendría un gobierno conservador de derechas apuntalado por los Demócratas Suecos de extrema derecha.
Los conservadores de la corriente dominante, que una vez se posicionaron como el baluarte contra el extremismo de derechas, han unido sus fuerzas en un intento desesperado por alcanzar el poder. Aunque los Demócratas Suecos no están oficialmente en el gobierno, ahora ejercen una influencia considerable sobre las políticas que nos afectan a todos.
Esta influencia ya ha quedado clara.
En una rueda de prensa en diciembre, la ministra de Migración, Maria Malmer Stenergard, anunció planes para facilitar la revocación de permisos de residencia; a su lado estaba Henrik Vinge, líder adjunto de los Demócratas Suecos.
“Estamos asistiendo a un cambio de paradigma en la política sueca de refugiados”, proclamaron con orgullo los Demócratas Suecos.
El gobierno sueco también ha anunciado recientemente que recortará el presupuesto para el clima y el medio ambiente en un 58% en tres años y que ha desmantelado el Ministerio de Medio Ambiente, políticas claramente inspiradas por los Demócratas Suecos que niegan el cambio climático.
De vuelta al mundo real, algunas estadísticas preocupantes muestran hasta qué punto Suecia ha dejado de ser un país antaño famoso por su tolerancia.
Uno de cada cuatro niños de origen inmigrante sufre abusos o ataques racistas por el color de su piel, la procedencia de sus padres o su religión. La afrofobia es ahora el motivo más común entre los delitos de odio denunciados. No es de extrañar cuando altos cargos políticos demócratas suecos son denunciados por enviar imágenes y textos racistas en mensajes privados sobre personas de color, somalíes, musulmanes y el Holocausto.
Se ha permitido que el racismo florezca tanto dentro como fuera del Riksdag.
El martes (17 de enero), en el Parlamento Europeo, el primer ministro sueco expondrá su visión de la UE para los próximos seis meses.
Mi experiencia en política me ha enseñado a prestar más atención a lo que no se dice que a lo que se dice. Sin ninguna mención a los derechos LGBTI+ o al feminismo en su programa y con los negacionistas climáticos de extrema derecha susurrándoles al oído, muchos progresistas descartan este Consejo y esperan la presidencia española en la segunda mitad del año.
En Suecia, Italia, Polonia, Hungría y Francia estamos asistiendo a una amplia normalización de la extrema derecha. Mientras que el “cordón sanitario” solía impedir la cooperación con la extrema derecha, los facilitadores de los partidos de centro-derecha y liberales de los Estados miembros de la UE han rebajado, pisoteado o roto por completo el cordón.
Y desde el Fidesz en Hungría hasta el PiS en Polonia, una vez en el poder, estos partidos tratan de desmantelar la democracia y el Estado de derecho. Los Demócratas Suecos, admiradores declarados del húngaro Viktor Orbán, no son una excepción y ya han hecho notables declaraciones contra los medios de comunicación de servicio público suecos y las sentencias judiciales.
Pero las bravatas racistas y la búsqueda de inmigrantes como chivos expiatorios sólo llegarán hasta cierto punto.
Muchos de los retos reales a los que se enfrentan los europeos se derivan de décadas de políticas neoliberales fracasadas. La lucha contra el cambio climático y la provisión de viviendas, niveles de vida y servicios públicos dignos son las principales demandas de los votantes de toda la UE.
La izquierda está preparada. Estamos acostumbrados a hacer frente a las fuerzas conservadoras, racistas, misóginas y contrarias al colectivo LGBTQI. Y lo hacemos en solidaridad con quienes están fuera de los parlamentos, mucho más allá de las salas de negociación, junto con todos aquellos con visiones, sueños -y alternativas concretas- para otra Suecia y una Europa mejor.