El presidente Emmanuel Macron ha trazado la agenda de los seis meses de su país al frente del Consejo de la Unión Europea. En su discurso ante el Parlamento Europeo, defendió una agenda proeuropea audaz y ambiciosa. Europa necesita audacia y, de hecho, ambición.
Sin embargo, hay un gran obstáculo: un sistema de gobernanza que ha bloqueado a la UE durante más de una década. El llamado método “intergubernamental”, en el que los 27 gobiernos nacionales tratan a puerta cerrada, ha demostrado ser incapaz de abordar incluso los retos relativamente superables. Esto es un mal presagio para las ambiciones expresadas ahora.
La agenda de la presidencia francesa de la UE refleja perfectamente el momento europeo actual.
Los tabúes sobre una Unión Europea más poderosa se están derritiendo más rápido que los glaciares de los Alpes. Piense en los eurobonos, en la ampliación del presupuesto de la UE y en la sanidad pública europea. La defensa europea ya no es un anatema. Estos nuevos poderes europeos son la respuesta lógica a los desafíos externos, ya sea una pandemia o Putin.
Advertencia: no esperen que estas transferencias de poder se materialicen en el mundo real a corto plazo.
El motivo es el funcionamiento del Consejo Europeo.
Esclerótico y disfuncional
Este Consejo está formado por los jefes de gobierno de los 27 Estados miembros de la UE, cada uno con su propio derecho de veto. El sistema intergubernamental que mantienen puede haber funcionado bien para una unión de los seis Estados miembros fundadores en la década de 1950, pero se ha vuelto esclerótico y disfuncional.
De ahí la falta de acuerdo en prácticamente todo, ya sea la geopolítica, la migración, el estado de derecho, las políticas climáticas o las medidas de Covid-19. Y lo que es peor, este sistema ha permitido a los Estados miembros de la UE incumplir la ley de forma rutinaria, dañando cada vez más los cimientos de la UE.
El Consejo Europeo, a pesar de su esclerótica disfuncionalidad, es poderoso, pero no rinde cuentas a nadie.
Sin embargo, existe la Comisión Europea que, como “guardiana de los Tratados de la UE”, hace cumplir el cuerpo de leyes de la UE que todos los Estados miembros han acordado obedecer. Como tal, la Comisión tiene que llevar a los gobiernos nacionales a los tribunales en caso de incumplimiento.
Este control del poder, ya de por sí débil, prácticamente ha desaparecido. En un estudio reciente, dos académicos de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, demostraron cómo la comisión ha renunciado deliberadamente a su tarea de hacer cumplir la ley hace años. En su lugar, aplica algo llamado “indulgencia”.
En esencia, la Comisión evita ahora el conflicto con los gobiernos de los Estados miembros cuando éstos infringen la ley. En lugar de ser un perro guardián del interés común europeo, la Comisión Europea está actuando más como el perro faldero del Consejo Europeo y sus miembros individuales.
Esto supone una violación de la independencia de la Comisión Europea exigida por el tratado. Mientras que el cuerpo de leyes de la UE mencionado anteriormente está creciendo, su aplicación está en franco declive, lo que hace que toda la arquitectura de la UE se encuentre en una base poco sólida.
Mientras tanto, el Parlamento Europeo -como muchos parlamentos durante la pandemia- se ha quedado callado.
Junto con la Comisión y el Consejo, forma una constelación de tres grandes instituciones de la UE. El parlamento es un formidable legislador que produce leyes normativas, pero ha dejado de actuar como un contundente organismo de control parlamentario.
No consigue que la Comisión rinda cuentas cuando no cumple con las obligaciones que le impone el Tratado. Al retirarse el Parlamento y la Comisión a la pasividad, no queda ningún control sobre el poderoso Consejo. De este modo, Europa vuelve a una forma de intergubernamentalismo casi sin diluir. El sistema de gobierno preferido por los gobiernos nacionales.
Los defensores de este sistema dicen que Europa es un “proyecto” sui generis que no tiene que cumplir los requisitos democráticos fundamentales. Esto no tiene sentido.
La UE puede ser una entidad híbrida “sui generis”, pero hace tiempo que dejó de ser un mero “proyecto”. Europa es una entidad política; y la política en Europa debe ser democrática. La democracia es un sistema que se basa en la separación de poderes, el control y el equilibrio, la responsabilidad y la transparencia.
Estos elementos están ausentes en la actual estructura de gobierno de la UE. La adición de una rama parlamentaria elegida directamente al “tronco” intergubernamental de la UE no la convierte automáticamente en una democracia.
El Parlamento Europeo, elegido directamente por el pueblo desde 1979, debería marcar el camino exigiendo que la UE crezca rápidamente y se convierta en una democracia madura. Las nuevas competencias necesitan urgentemente la correspondiente transferencia de responsabilidad democrática. Europa debe convertirse en una democracia parlamentaria de pleno derecho.
En los últimos años, los europeos se han preocupado por el ataque ademocracia en los Estados Unidos. Deberían estar igualmente preocupados por el estado de la democracia en la Unión Europea, que es mucho menos madura que su equivalente estadounidense.
No sólo eso; se está deteriorando. El poder en Europa es cada vez más intergubernamental y menos democrático. Esto hace que la UE sea menos capaz de defenderse de los desafíos a sus fundamentos democráticos. También en términos prácticos, el intergubernamentalismo es un callejón sin salida para Europa.
El mundo actual es un lugar muy inhóspito para el gigante con pies de barro en el que se ha convertido la UE. Las presiones externas que impulsan la agenda de la UE no retrocederán pronto.
En algún momento, la UE deberá cumplir su programa para hacer frente a estas presiones. Ya es hora de que se produzca un avance radical hacia una democracia parlamentaria de pleno derecho en la UE. La Europa intergubernamental es la Europa de ayer: no es lo suficientemente ágil ni legítima para el presente.