En las últimas semanas se ha abierto un nuevo frente en la lucha contra la autocratización de Hungría, que dura ya una década.
Mientras que la calidad de la democracia ha descendido notablemente desde que el primer ministro Viktor Orbán llegó al poder en 2010, las críticas de los socios internacionales -especialmente de la Unión Europea- se han centrado en los problemas del Estado de derecho, la libertad de los medios de comunicación, la corrupción sistémica y la supresión de la sociedad civil independiente y de grupos vulnerables como la comunidad LGBTIQ+.
Aunque el principal organismo de control electoral de Europa, la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE-ODIHR), planteó importantes preocupaciones sobre el carácter democrático de las elecciones húngaras de 2014 y 2018, la dimensión electoral de dicha autocratización siguió siendo una cuestión más bien periférica en el debate internacional sobre el régimen antiliberal de Orbán.
Ahora, esta complacencia largamente establecida parece estar cambiando a un ritmo rápido.
Los principales socios de la UE y la OTAN son muy conscientes de que las características sesgadas del régimen político húngaro (como las normas electorales y de campaña sesgadas y el panorama de los medios de comunicación, así como las posibles irregularidades del día de las elecciones) podrían determinar el resultado de la carrera.
El campo de juego político siempre ha estado sesgado a favor del Fidesz de Orbán desde 2010, una característica clave del tipo de régimen que los estudiosos llaman autoritarismo competitivo.
Las misiones de observación electoral de la OSCE-OIDDH calificaron las elecciones húngaras de 2014 como “libres pero no justas” y se quejaron en 2018 de “la omnipresente superposición entre [Fidesz]-partido y recursos estatales”.
No obstante, debido al abrumador apoyo popular del que gozaba Orbán en esas ocasiones, las instituciones de la UE y los socios internacionales hicieron caso omiso de estos prejuicios, y concluyeron que Orbán habría ganado cómodamente, incluso en unas elecciones libres y justas.
Por el contrario, debido a la actual competencia frontal en el país en esta ocasión, esas normas electorales y de campaña sesgadas y las irregularidades electorales pueden proporcionar a Orbán una ventaja suficiente que le permita permanecer en el poder.
En este contexto, la OIDDH de la OSCE, como era de esperar, recomendó el despliegue de una misión de observación electoral (MOE) a gran escala en Hungría, pidiendo a los Estados miembros de la OSCE que enviaran 200 observadores a corto plazo y 18 a largo plazo para proporcionar una supervisión exhaustiva del período de campaña y de los procedimientos del día de las elecciones.
La solicitud oficial de una misión completa es un paso importante para garantizar la integridad de las próximas elecciones húngaras del 3 de abril y es muy bienvenida.
Como mínimo, una misión completa garantizará la existencia de una documentación sistemática y fidedigna de las elecciones, incluyendo también las posibles irregularidades.
Las investigaciones anteriores también han demostrado que la presencia de observadores internacionales adicionales puede contribuir a desalentar los delitos electorales.
Bueno, pero no suficiente
Sin embargo, la misión de garantizar la integridad de las elecciones parlamentarias húngaras aún no está completa.
Por ejemplo, el año pasado en Bulgaria, la OIDDH recomendó el despliegue de una misión de observación electoral completa, pero finalmente tuvo que proceder con una misión limitada que no incluía observadores a corto plazo. Una razón obvia para ello fue la pandemia de Covid-19.
Otra razón fue que los Estados miembros de la UE se mostraron reacios a enviar observadores electorales para llevar a cabo la supervisión de las elecciones en otro Estado miembro de la UE.
La razón de esa reticencia es sencilla. Mientras que en los últimos dos años, y especialmente desde el ataque al Capitolio, los países de la UE han exigido repetidamente a Estados Unidos que aborde las cuestiones relacionadas con la democracia con autorreflexión y humildad, la misma autorreflexión y humildad faltan en gran medida cuando los actores de la UE abordan los desafíos evidentes a la democracia en los Estados miembros de la UE.
La deslucida reacción de los miembros de la UE ante la autocratización de Hungría y Polonia es una prueba de ello. La evidente desatención a la recomendación de la OIDDH en el caso de Bulgaria es una prueba más.
Sería un trágico error que los Estados miembros y otros miembros occidentales de la OSCE, como Estados Unidos y Canadá, no apoyaran adecuadamente la petición de la OIDDH de una misión de observación electoral en Hungría.
Esto no sólo podría conducir a las primeras elecciones significativamente amañadas dentro de la UE, sino que también socavaría seriamente la credibilidad de la Unión Europea.La cumbre de la democracia y la agenda del presidente Joe Biden también.
Los aliados occidentales también tienen que enviar observadores electorales en número significativo a la misión de la OSCE-OIDDH en Hungría. Si se mantienen al margen, la misión será una oportunidad perdida, lo que obligará a la OIDDH a proceder con una misión limitada como en el anterior caso búlgaro
Un amplio escrutinio internacional es importante, no sólo para asegurar la integridad de las próximas elecciones húngaras, sino también para restaurar el compromiso creíble e imparcial de los Estados miembros de la UE con las normas democráticas.