Occidente hace demasiado poco y demasiado tarde frente a la agresión de Rusia

A las 3 de la madrugada del viernes, mientras se disparaban los misiles de los aviones rusos que sobrevolaban Kiev y las tropas avanzaban en su invasión de Ucrania, los líderes de la Unión Europea acordaron que sus gobiernos dejarían de suministrar componentes de aviación al país que ataca a Ucrania.

Pensar que las empresas rusas podían contar hasta el viernes con piezas de repuesto para los aviones armados, o semiconductores, o productos petrolíferos, procedentes de Europa, justo cuando su país estaba alimentando la crisis de seguridad más peligrosa desde la segunda guerra mundial, es algo incomprensible.

Horas antes de que los líderes europeos se reunieran de urgencia en Bruselas, los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido también impusieron nuevas sanciones a Rusia.

Washington acordó la congelación de activos y el bloqueo de las exportaciones de tecnología. Londres amplió sus medidas anteriores, apuntando a algunos bancos rusos y a personas cercanas al Kremlin.

Las nuevas sanciones fueron descritas por Washington como “severas”, por Bruselas como “sin precedentes” y por Londres como “las mayores de la historia”. Es cierto que las medidas son expansivas en cuanto a su tamaño y alcance.

Con el tiempo, harán que la capacidad de las empresas rusas para hacer negocios con Europa y Estados Unidos sea mucho más difícil y costosa. Pero el hecho central sigue siendo que, ante la amenaza que tienen delante, los líderes occidentales están haciendo demasiado poco, demasiado tarde y sin mucha coordinación.

Hasta ahora, los gobiernos se han centrado en las prohibiciones de exportación y en las medidas que sacan a las empresas rusas del sistema financiero internacional.

Estas medidas, por muy inéditas que sean, no servirán de mucho para mermar la capacidad de Rusia de beneficiarse de la venta de energía y materias primas.

El día en que Rusia lanzó una invasión a Ucrania, la UE, el Reino Unido y los EE.UU. combinados compraron más de 3,5 millones de barriles de petróleo del país, por valor de más de 350 millones de dólares [€311m]y gas por valor de otros 250 millones de dólares. Dejando que Rusia siga acumulando reservas de efectivo gracias a su superávit comercial en energía, los efectos de las sanciones serán limitados.

Primeras informaciones de EE.UU. y el Reino Unido

Occidente tampoco actuó lo suficientemente pronto. A pesar de la inteligencia de EEUU y el Reino Unido sobre los planes de invasión de Rusia, sólo cuando se está defendiendo Kiev, Occidente ha decidido actuar con más decisión. A estas alturas, el objetivo de las sanciones ya no puede ser disuadir a Rusia de avanzar militarmente.

Más bien, las medidas punitivas ya sólo pueden servir para castigar el espantoso comportamiento que ha mostrado el presidente Putin.

Sin embargo, al presidente ruso no parece importarle -al menos a corto plazo- el dolor económico que infligirá a su pueblo. Puede que espere poder utilizar los formidables 635.000 millones de dólares en reservas de divisas y oro del país -o casi el 40% de su PIB el año pasado- que el banco central ruso ha acumulado durante la última década para apuntalar el rublo en los mercados de divisas.

Quizás el aspecto más sorprendente de la respuesta de Occidente ha sido la ausencia de coordinación. Es obvio que para que las sanciones surtan efecto, es esencial que el mayor número posible de actores actúe en conjunto.

El G7 no ha hecho nada hasta hoy en cuanto a la coordinación de las sanciones. Los gobiernos individuales -incluso dentro de la UE- han tomado sus propias decisiones. Esta falta de coordinación está debilitando la respuesta de Occidente.

Consideremos, por ejemplo, la decisión de Washington y Londres de bloquear a los bancos rusos la compensación de dólares y libras esterlinas en los mercados financieros. Su impacto está siendo socavado por la reticencia de los reguladores europeos a corresponder a la misma prohibición para la compensación denominada en euros.

Hay un punto en un conflicto como éste en el que se decide ir con todo lo que se tiene, o no.

Hasta ahora, Occidente ha optado por lo segundo y, al hacerlo, ha demostrado que no ha despertado a una nueva realidad en la que Moscú rediseña la arquitectura de seguridad de Europa y golpea de lleno el acuerdo de la posguerra fría que ha permitido a los Estados soberanos elegir sus propios destinos.

Los Estados Unidos y los aliados europeos han decidido no utilizar medios militares para defender a Ucrania contra Rusia. Pero vacilar ahora en el despliegue de las sanciones más punitivas sólo refuerza la mano de Moscú.

Occidente debe ir más allá en su determinación colectiva. Está en juego no sólo el futuro de Ucrania, sino también el de Europa.

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