Hace tan sólo unos meses, el 7 de abril de 2022, saltaron las alarmas en la mayoría de las capitales europeas y norteamericanas. El motivo no era un movimiento militar ruso en Ucrania, sino una votación en el consejo de derechos humanos de las Naciones Unidas.
Ese día, los 195 Estados miembros del consejo votaron la suspensión de la Federación Rusa como miembro de dicho consejo. Una mayoría de 93, contra 82, estuvo a favor de la suspensión (ya que 24 estuvieron en contra y 58 se abstuvieron).
Sin embargo, 20 países estuvieron estratégicamente ausentes.
En otras palabras, sólo una minoría de los países del mundo apoyó la resolución de Occidente contra Rusia, a pesar de que ésta había invadido Ucrania un mes y medio antes.
Si nos fijamos en los detalles de la votación, el panorama es aún más preocupante. De los 58 países africanos, sólo ocho votaron con Occidente. Sólo cinco de los 45 asiáticos, y sólo dos de los 18 países de Oriente Medio y África del Norte apoyaron la suspensión de Rusia.
¿Qué está pasando? Permítanme dar dos ejemplos.
Diez días antes de esta reunión de la ONU, estuve en Qatar asistiendo al Foro de Doha, que reúne a líderes políticos de todo el mundo. Uno de los paneles discutía cómo reaccionar ante la invasión rusa. Los ponentes estadounidenses y europeos hicieron hincapié en el hecho de que Rusia había cruzado las líneas rojas del derecho internacional y que, por tanto, debía ser sancionada.
La ex ministra de Asuntos Exteriores de Pakistán, Hina Rabbani Khar, tenía una perspectiva diferente.
Recordó que en 2003 Estados Unidos y una coalición de voluntarios habían invadido ilegalmente Irak. Las razones de la invasión parecían ser mentiras. Sin embargo, se pidió al mundo que apoyara a Estados Unidos, no que lo sancionara.
Entonces, se preguntó Rabbani Khar, ¿por qué el mundo debería apoyar primero una guerra ilegal estadounidense y ahora sancionar una rusa? La sala, llena en su mayoría de personas árabes, asiáticas y africanas, parecía estar de acuerdo con ella.
Sin embargo, los asistentes europeos y estadounidenses rechazaron sus argumentos.
Hace unos días estuve en Kampala, la capital de Uganda, asistiendo al Foro Empresarial Uganda-UE. Uno de los temas más debatidos al margen fue la resolución del Parlamento Europeo del 14 de septiembre de 2022 sobre un proyecto de oleoducto ugandés.
La resolución no sólo condenaba las violaciones de los derechos humanos relacionadas con el proyecto, sino también el hecho de que Uganda esté construyendo un nuevo proyecto de combustibles fósiles en tiempos de cambio climático. A los ugandeses les molestó especialmente el hecho de que el presidente estadounidense Joe Biden pidiera un aumento de la producción de gas y petróleo en Estados Unidos, mientras que su proyecto, mucho más pequeño, era criticado.
Estos son sólo dos ejemplos, y uno puede encontrarlos correctos o incorrectos. La cuestión es que todos los que viajan por el mundo pueden ver un creciente resentimiento contra Occidente.
Europa y Estados Unidos son vistos como los que imponen reglas al resto, pero no las cumplen ellos mismos si es necesario. Europa insiste en la democracia, los derechos humanos y el Estado de Derecho cuando trata con terceros países, pero al mismo tiempo es incapaz de detener el declive de estos principios en varios Estados miembros de la UE. Occidente condena todos los golpes de Estado en cualquier parte del mundo, pero permanece en silencio en su mayoría cuando el ex presidente Donald Trump realmente incitó uno el 6 de enero de 2021 en Washington.
Se podría argumentar que no es justo comparar a Estados Unidos con Malí o a Hungría con Egipto. Por supuesto, eso es cierto.
Sin embargo, es el sentido de superioridad de Occidente, combinado con el interminable aleccionamiento de los demás, lo que hace que muchos asiáticos y africanos se enfaden. A menudo se oye decir a los africanos que “cuando vienen los chinos nos dan un hospital, pero cuando vienen los europeos, nos dan un sermón”.
Los responsables políticos europeos consideran todo esto muy injusto.
Se refieren a la enorme cantidad de euros que se gastan en África, Oriente Medio y Asia. También afirman que si estos países fueran menos corruptos, este dinero habría conducido a la prosperidad en lugar de a la pobreza que sigue imperando en la mayoría de estos países.
Algunos incluso se preguntan que “si Europa está tan mal, ¿por qué tantos quieren seguir arriesgando su vida para llegar aquí?”
Sea justo o no, la cuestión es que Europa y Estados Unidos están perdiendo el apoyo del resto del mundo. Muy pronto esto se convertirá en un problema.
Una primera prueba será la conferencia sobre el clima COP27 en Sharm el Sheikh, donde podríamos ver surgir nuevas alianzas. Por lo tanto, a Europa no le queda más remedio que replantearse seriamente su política exterior y cambiar sudiscurso.
Esta columna se actualizó el 3 de noviembre para fijar el nombre del organismo de la ONU y las cifras de las votaciones.